Se acerca y estás de repente bajo sus diez céntimetros de tacón,
los años la mejoran y ya no va pierde la integridad de a gramos.
Es que formó fama de monstruo colosal, hoy por hoy saca girnaldas de los oídos, y los ojos, las cabezas ya están frías y valen su peso en alquitrán.
Con sus manos llenas de manchas, y semi chamuscadas busca en el gran baldío de los recuerdos inmediatos, y se imagina qué hubiese sido mientras toca madera. Las muñecas se despiden de su repisa y salen a la calle como chispas de brasa pateada, armadas con trucos bajos, y ojos de guerra fría.
Es que siempre fue lo mismo, jamás cambió. Y a la mona siempre le agradó vestir de seda...