Un rezo de tarde noche, y salen a matar. Se relamen con preámbulos,
saben que ganan con pavadas, y y miel agriada, la más barata y rendidora.
¡Los destellos!
Así la esperan todos, de tal modo la conservan.
Los tímpanos bailan desempolvados, y el sudor los los mantiene tibios,
desencarnados. Ya no hay pendejo pro, vienen curtidos y desbocados,
a manzalba, con prejuicios, pero sin mira especial. Sólo alguno pocos.
El sacramento está en marcha, como kamikazes en pleno campo,
vuelan excomulgados por todo el salón.
Una fría cae sapiente de la hazaña. (No se queda atrás, jamás)
La pendeja bajó la guardia y ahora es carnada viva; ríe y bromea para sí misma.
¡Hubieras visto los destellos!
Empernados en una danza sin ritmo, sin miramientos.
Las bocanadas de humo denso no enturbian la función, están demasiado
embebidos de epinefrina. Demasiado atentos. Un juego volátil.
La saliva se escurre entre los dientes, las manos entre las ropas,
la voracidad crece con fruición.
Un último acto, casi irreprochable. Sólo un gesto inane, fútil.
Un labio rojo como su córnea explica todo, hasta entorpecer la imaginación.
Pero, las fieras no se sosiegan para siempre... ¡Siempre buscan más destellos!